Encuentro
Bajo que clase de desquiciante y embriante embrujo me encuentro no lo se, pero no puedo apartar de mi mente la silueta de tu cuerpo, ternura, locura, pasion? Quizas mi necesidad de arrancarme la piel de tenerte entre mis brazos
Y estaba ahi interrogandome a mi mismo sobre la fascinante maravilla de un encuentro tan fortuito, cuando de subito paso a mi lado la esposa del posadero, le interrogue sin dilacion.
¿quién mas está en el cuarto contiguo al mío? —pregunte a la esposa del tabernero, indicando la puerta que comunicaba con el cuarto donde le habia visto salir, y que por entonces estaba cerrada.
—¿Dónde está?
—No sé.
—¿Cuándo llegó aquí?
—¡Hace una semana o diez días!
—¿Va a marcharse pronto?
—¡No lo sé!
Era obvio que no podría conseguir información de esta mujer. Una pregunta más y di por terminado el interrogatorio.
Regrese a mi sitio de la terraza, esperando encontrarme con sus ojos, esperando encontrarla nuevamente, no esperé mucho. Escuché un ligero ruido, miré en torno y allí estaba la encantadora guerrera mostrándose ante mi. Seguía con la misma mirada ávida, sin signo alguno de sonrisa en su rostro. Parecía llevar puestas sólo la ropa casual, desnudas sus pantorrillas y sus minúsculos y encantadores pies; ni siquiera llevaba puestas zapatillas. Un leve chal cubría sus hombros y su busto, pero sin ocultar ni sus brazos blancos, llenos y bien formados, ni su esbelta cintura ni sus caderas espléndidas y amplias.
Esos pies y pantorrillas desnudos me inspiraron una súbita oleada de deseo tanto como su rostro encantador y su expresión severa aunque maravillosamente tranquila habían alejado tales pensamientos de mi mente. La curiosidad es cimiento sobre el que se construye el deseo, pues si no fuese por ella un hombre quedaría perfectamente satisfecho ante la pequeña revelacion de un encuentro fugaz, efimero, como el tiempo. Con todo, la mera curiosidad hace que un hombres se vea impelido a aproximarse a una mujer y desear su posesión. Algo similar a esto me influyó indudablemente. Se apoderó de mí una curiosidad devoradora
El rostro de esta exquisito angel de piel de nacar, ojos de jade, me impulsaba a saber cómo era posible que estuviese completamente sola o acompañada en esta taberna oculta entre las montañas. Sus encantadores pies y pantorrillas hicieron que me preguntase si sus rodillas y sus muslos se correspondían, a ellos en perfecta belleza, sombreada por una ondulante caballera, color del sol, me sombro las encantadores cejas arqueadas sobre los expresivos orbes. Me levanté de la silla y fui en su dirección.
Ella se retiró instantáneamente, e instantáneamente después volvió a desplazar la persiana. Vi por vez primera una sonrisa cubriendo su rostro. ¡Qué expresión maravillosamente distinta le confería! Aparecieron dos encantadores hoyuelos en sus redondeadas mejillas, sus labios rosados se abrieron desplegando dos filas de dientes pequeños y perfectamente uniformes, y aquellos ojos de mirada tan adusta y prohibitiva parecían todo ternura y suavidad. Me encontraba yo con una muleta producto de una batalla pasada, una herida sanando en la pierna derecha, costaba mantenerme de pie, sin embarga ante inmaculada figura todo era posible.
—Tengo aquí dos sillas —dijo ella riendo con una risa de dulce sonido—, pero podemos sentarnos juntos sobre mi cama, si no le importa.
—Me encantará —dije—, sin vascilacion, con premura.
—si sentarse sin respaldo no la fatiga— añadi. Observando que tambien tenia pequeños inidicioes de una batalla pasada.
¡Oh! —dijo ella con el gesto más inocente—, si me pasas el brazo por la cintura no me sentiré cansada.
De no haber sido por el tono extraordinariamente inocente con el que dijo esto, creo que la habría tumbado inmediatamente y me hubiese puesto encima, pero fui alcanzado por una nueva idea: ¿estaría ella en sus cabales? ¿No sería una acción semejante el colmo de la deshonestidad?
No obstante me senté como me sugería y deslicé el brazo izquierdo alrededor de su esbelta cintura, apretándola un poco contra mí.
—¡Ah! —dijo ella—, ¡así me gusta! ¡Sujéteme fuerte! ¡Me encanta que me sujeten con fuerza!
Descubrí que no llevaba corsé. No había nada entre mi mano y su suave piel excepto una camisa de muselina muy fina. ¡Era tan endiabladamente agradable tocarla! Hay algo tan estremecedor en tocar el cuerpo cálido y palpitante de una encantadora mujer que resultaba natural no sólo una aceleración de la sangre. Allí estaba esa criatura realmente hermosa, semidesnuda y palpitante, resplandecientes de salud sus mejillas, casi totalmente desnudos sus hombros y su busto, ambos exquisitos. Cuanto más se acercaban mis ojos a la piel mejor veían la belleza de su textura. Había en ella el florecer de la juventud. No mostraba agujeros feos que mostrasen dónde se había retirado la carne y se proyectaban los huesos. Sus bellos senos eran redondos, llenos y de aspecto firme. Anhelaba tomar posesión de esos encantadores pechos, encantadores, apretarlos en mi mano, devorarlos y devorar sus puntas rosadas con mi boca.
Las enaguas caían entre sus muslos ligeramente abiertos y mostraban su redondez y bella forma como para provocar más aún mi deseo, deseo que ella debía conocer en su estado de ardiente ebullición, pues podía notar las palpitaciones de mi agitado corazón aunque un mirada de sus ojos en otra y más baja dirección no le delatase el efecto que su toqueteo y su belleza tenían sobre mí. No contenta con ello, sacó primero uno y luego otro de sus mágicos pies, tan blancos y perfectos, como si quisiera desplegarlos ante mis ávidos ojos. Ese suave y delicioso perfume que sólo emana de una mujer en su juventud flotaba en nubes fragantes sobre mi rostro, y su abundante pelo ondulado tenía el tacto de la seda en mi mejilla. ¿Estaría ella loca? Ése era el pensamiento que me atormentaba, brotando entre mi mano y los resplandecientes encantos que anhelaba apresar. Estuvimos sentados en silencio unos pocos momentos. Noté entonces que su mano se insinuaba por debajo de mi chaqueta blanca, jugueteando con los botones que sujetaban mis pantalones. Desató un lado, y al hacerlo dijo:
—Te vi esta mañana
Su mano empezó a trabajar sobre el otro botón. ¿Qué pretendía?
—¡Oh, sí! —dije mirando sus pequeños ojos y devolviendo las agudas miradas que se disparaban desde ellos— yo también te vi! Había estado durmiendo profundamente, y en el momento de abrir los ojos te vi, y…
Ella me había desabrochado los pantalones por detrás. Ahora retiraba la mano y la ponía, con la palma hacia arriba, sobre la parte más alta de mi muslo.
—¿Y qué? - dijo, deslizando suavemente sus dedos estirados hacia abajo, por la parte interior de mi muslo; estaba a unos milímetros de mi virilidad, que ahora se alzaba furiosamente. Pensando que nunca había visto en el mundo rostro y cuerpo tan encantadores. No dejaba de mirar sus labios, su cuello, su camisa, ahi donde comenzaban sus pechos.
Las puntas de sus dedos iban tocandome. Me oprimio con cierta dureza
Mirandome con la sonrisa más dulce, dijo:
—¿Así que me imaginas bien hecha? —
—Por supuesto!—exclamé, bastante incapaz de reprimirme un minuto más—. No sé si he visto jamás un busto tan encantador como éste ni senos tan tentadores y apetitosos —dije mientras deslizaba la mano hacia su pecho y aferraba su deslumbrante fulgor. Mientras lo oprimía suavemente y retorcía el endurecido pezón entre los dedos, besé la encañadora boca que se me presentaba vuelta hacia arriba.
¿quién te dio permiso para hacer eso? —dijo—
Sus ágiles dedos habían desabrochado mis pantalones. De un tirón me sacó la camisa y, con ella, mi garañón ardiente y enloquecido, del que tomó inmediata e instantánea posesión.
—¡Ah! —exclamó— ¡oh, qué forma!, ¡coronado por campana,tan grande! ¿Verdad que está muy duro? Es como una barra de hierro! ¡Y qué huevos más grandes y bonitos tienes. ¡Cómo me gustaría vaciarlos para ti! ¡Oh! ¡Ahora me tendrás! ¿Querrás? ¡Tómame! ¡Tómame!
Por toda respuesta la tumbé gentilmente sobre su espalda, mientras ella conservaba una presa firme pero voluptuosa de sus posesiones. Levanté su enagua y su camisa y deslicé mi ardiente mano sobre la superficie suave de su muslo marfileño hasta llegar al montículo más voluptuoso. Nunca había reposado mi mano sobre un toisón tan voluptuoso y lleno! Nunca habían sondeado mis dedos un encanto tan lleno de vida y tan suave por fuera, tan pulido y aterciopelado por dentro. Ese lugar absolutamente perfecto, así como sus alrededores, estaban en mi posesión! Estaba ávido por meterme entre sus encantadores muslos, por retirar mi órgano casi dolorosamente dilatado de sus manos y enterrarlo hasta las raíces y más allá en esa gruta que se derretía, pero ella me lo impidió, contuviendome, aumentando el preludio y mi candende pasion por ella.
En un momento saltó fuera de sus ropas, por así decidirlo, quedando toda desnuda y resplandeciente, radiante de belleza, real por todo aquello que es voluptuoso y erótico ante mí. Ese busto con sus colinas de nieve viva coronadas de rosado fuego, su perfecta colina de Venus, vestida con los más ricos matorrales oscuros de pelo rizado bajando rápidamente hacia abajo, como un triángulo sostenido por la punta, hasta que los dos lados, plegándose, formaban una línea profunda de aspecto suave, que proclamaba la perfección misma de una diosa.
Me lancé sobre la encantadora criatura y al momento estaba sobre ella, entre sus muslos abiertos de par en par, descansando en su hermoso busto. Qué elásticos parecían sus bellos senos apretados contra mi pecho! Y qué suave, qué inexpresablemente deliciosa era su caverna mientras enterraba pulgada a pulgada toda mi virilidad, mezclando nuestros cuerpos en uno solo, mientras mis brazos la sujetaban y mis manos apretaban contra su encantador trasero blanco. Cada uno de mis movimientos provocaba en ella una exclamación de deleite. Oyéndola pensaría uno que era la primera vez que sus sentidos habían sido poderosamente excitados desde sus cimientos mismos. Sus manos no quedaban quietas jamás; paseaban sobre mí, desde la nuca hasta los íntimos límites de mi cuerpo donde lograban llegar. Era simplemente perfecta en el arte de dar y recibir placer.
Cada embiste era devuelto con furor, cada loco empellón encontraba la correspondiente sacudida, cuyo efecto era hundir mi máquina hasta su última raíz. ¡Y ella no parecía hacer otra cosa que disfrutarme y empaparme con su ser. Sin embargo, sólo cuando llegué a los golpes cortos, excitantes, furiosos, ardientes y violentos supe hasta qué grado intenso disfrutaba su cuerpo. Creí que había entrado en trance. Casi gritaba. Ruidos roncos brotaban de su garganta. Al final casi me aplastó entre sus brazos, y poniendo los pies sobre mi trasero me apretó contra su toisón con una fuerza que jamás habría sospechado en ella.
Oh el alivio!, el exquisito deleite de la corrida por mi parte! La inundé, y ella notó los chorros de mi amor como flechas calientes y rápidas, golpeando contra la parte más profunda de su grieta casi enloquecida. Se apoderó de mi boca con la suya y lanzó su lengua tan dentro como pudo, tocando mi paladar y derramando su aliento caliente y delicioso por mi garganta mientras todo su cuerpo, de pies a cabeza, temblaba literalmente con la tremenda excitación en que se hallaba. Jamás en mi vida tuve un espasmo semejante. Por qué no habrá mejores palabras para expresar lo que constituye realmente el cielo en la tierra?